Hace mucho tiempo que no tiemblo al despertar. Hace mucho que cargo una mirada que ya no baña. Mucho desde que sostengo unos ojos que miran incrédulos la realidad que me acompaña.
Hace mucho que no corro desesperadamente en busca de nada. Camino despacio porque todo lo que alguna vez ansié ahora forma parte de cada esquina de mi hogar.
Escribo estas palabras y descubro en ellas a alguien que hace mucho tiempo que no escribe desde el corazón. Muchos diarios adornan de recuerdos mis estantes, pero todos escritos desde la búsqueda de un tipo de paz que comienza a llegar con los años.
Hace mucho que sostengo en mis manos un puñado de arena blanca. Un puñado de arena cálida que sorprendentemente no se deja volar por el viento, que no se escurre entre mis dedos sino que se adhiere a mi piel deseosa de no soltarme. La sostengo agradecido porque es tan liviana que ya no pesa.
Hace mucho que ya solo llueve tras las ventanas.