Quizás algún día nos volvamos a ver

Quizás algún día nos volvamos a ver y, si te soy sincero, espero encontrarme una sonrisa en tus labios aunque ya no sea yo quien los bese. Espero que, para entonces, hayas sido capaz de encontrarte y que no necesites seguir buscando.



Espero que al menos me invites a un café y me cuentes qué rumbo ha tomado tu vida, cuantas personas han pasado por tus sábanas y cuantas lo hicieron para quedarse. Espero que alguna de ellas sea capaz de darte aquello que perdiste y que no encontraste en mí por mucho que escarbaste.

Yo espero haber hecho lo mismo.

Espero que, y perdón si te ofende, hayas madurado y crecido como persona. Que ya no te preocupen las mismas cosas, que hayas perdido aquella parte de ti que me rompió en pedazos, pero que sigas conservando tu esencia, aquella de la que me enamoré.

Espero que nuestras risas afloren entre el humo de un cigarro al recordar lo que fuimos y que alguno de los dos termine diciendo que eramos unos críos jugando a ser mayores. Espero que seamos capaces de mirarnos a los ojos y no sonrojarnos, que podamos pasear juntos por un parque aunque ya no sea de la mano.

Espero que me digas que acabaste la carrera y que cumpliste tu sueño de trabajar alrededor del mundo, que terminaste de escribir aquella historia que tenías en mente y que, al final, escribiste muchas más. Espero ser un personaje secundario en alguna de ellas, con otro nombre y más virtudes.

Espero que, si algún día nos volvemos a ver, puedas decir que la vida te ha tratado bien y que eres feliz. Y espero que tengamos el suficiente coraje como para despedirnos con un abrazo y con la certeza de que nos volveremos a ver antes de abandonar este mundo. Este mundo tan loco como lo fuimos nosotros al pensar que podríamos pasar el resto de nuestra vida juntos.

Con cariño,
Javier Del Álamo

Un almacén de personas maravillosas

A veces me alegro de que la vida me empuje y me tire al suelo, de que me haga polvo las rodillas contra el asfalto, porque es cuando descubro qué personas están ahí para ofrecerme su mano y levantarme las veces que hagan falta. Personas que deciden aceptarte tal y como eres, con tus virtudes y tus millones de defectos. Personas que te sacan una sonrisa, pero que también te dan una hostia cuando la necesitas... y abrazos, también dan abrazos, de los que no se piden y te limpian por dentro por muy lleno de mierda que estés.

Esas personas no aparecen todos los días y hay que cuidarlas como se cuida una planta, con paciencia y esmero. Y hay que verlas crecer. Y sentirse orgulloso cuando le salgan flores. Y seguir orgulloso cuando las flores se marchiten. También les puedes cantar una canción de Rocío Jurado para que se vengan arriba (las canciones nunca sobran).

Puedes coleccionar todas esas plantas, escoger los mejores ejemplares del planeta y guardarlos en tu pequeño almacén de personas maravillosas para que no se estropeen. En mi colección ya hay especímenes de Argentina, Mallorca, Madrid y Galicia y lo único que tienen en común es que no pienso dejarles salir de mi vida.


Y se acabó.


Nos vemos pronto,
Javier Del Álamo

El amor será siempre un deporte de riesgo

Después de unos días sin pasarme por aquí vengo para contaros que sigo vivo y que estoy bien aunque en ocasiones la vida pueda conmigo. Además, quería compartir con vosotros algo que ha escrito una muy buena amiga mía. Es algo muy personal, por lo que no daré nombres, pero me he sentido tan identificado que no he podido resistirme.

A veces (igual que le pasaba a Sam en Las ventajas de ser un marginado) me pregunto por qué yo y todas las personas que quiero elegimos personas que nos tratan como si no valiéramos nada. Quizá sea una pregunta sin respuesta, o quizá la respuesta correcta sea que aceptamos el amor que creemos merecer. Aún así prefiero quedarme con una respuesta un poco más positiva. Quizá sea la vida la que ponga esas personas en nuestro camino para que, llegado el momento, podamos darnos cuenta de que ha llegado la persona adecuada, aquella que nos demuestre que nos quiere con actos y no con palabras vacías que acaban en el fondo de una alcantarilla.

En mi opinión, el amor será siempre un deporte de riesgo, igual que un salto en paracaídas: es posible que el paracaídas se abra y disfrutemos de una experiencia casi mágica que continúe una vez en tierra o, quizá, el paracaídas se haya roto (o nos lo hayamos olvidado en el avión) y nos partamos en pedazos contra el suelo. Pero si no saltamos, si no nos atrevemos a lanzarnos de cabeza al vacío, jamás lo descubriremos y probablemente pasemos el resto de nuestra vida arrepintiéndonos de un tren al que nos dio miedo subirnos.

Y ya paro de enrollarme para dejaros con el texto que os había comentado.


Echó el freno de mano e hizo que me mirara en el retrovisor, esa vez no para que viera lo guapa que estaba, fue para que mirara atrás, porque a partir de ese momento ya no podríamos mirar hacia delante. Y arrancó sin despedidas y con mis ganas. No entendí jamás porque no se me ocurrió cerrar la puerta, y en vez de dejarla media abierta, destrocé las bisagras, restringiendo a todo aquél que no vistiera su sonrisa. De repente todas las estaciones fueron invierno. Trataba de buscar la manera de no sentirme aquella pedazo de inútil y no hice más que volver a caer en su sombra una y otra vez, aquella sombra que con su luz evocaba. Y mira que quise olvidarle, pero mi memoria siempre me jugaba malas pasadas y fue tan fácil como nadar en un volcán en erupción y poder contárselo. Y volvía, como vuelve el asesino en serie al lugar del crimen, para rematarme, como vuelven las olas a la orilla para morir. Yo, que solo quería organizarle el caos, ese que él mismo había causado, necesité huir, como huyen los valientes. Dos camisetas, dos pantalones, y una chaqueta para abrigar los recuerdos que albergaban en mi maleta. La cinta mecánica de aquel aeropuerto me hacía retroceder, mientras llamaban al último pasajero del vuelo 4124, no podía avanzar, y de repente, no quise ir a ningún lugar, de repente descubrí que su sonrisa era mi casa, aquella que aún llevo a cuestas, aquella donde querría vivir toda la vida aunque me esperara el mismísimo infierno en ella.


Nos vemos pronto,
Javier Del Álamo